viernes, febrero 09, 2007

EL LIBRO MÁGICO DE MI ABUELA

EL LIBRO MÁGICO DE MI ABUELA

Siempre he visto a mi abuela con algún libro entre las manos. Dice que son más interesantes que las agujas y el ganchillo, aunque también es verdad que los libros no dan tanto calor como los calcetines de lana. Mi abuela tiene el pelo como la nieve de primavera, y su cara es un campo de miniatura surcado de arrugas simétricas. Sus ojos son reflejo del cielo, y sus labios siempre están dispuestos a la sonrisa. Viste bonitos trajes de color azul o gris, y usa lustrosos zapatos negros. Ella ha sido mi maestra, mi fiel amiga, y mi atenta confidente cuando han surgido mis preguntas más íntimas.

La casa de mi abuela es de sillería, y por sus muros trepan enredaderas que en verano la tiñen de verde, en otoño de rojo, y en invierno la dejan desnuda mostrando sólo las ramas adheridas en los recovecos más inhóspitos. La sala de estar tiene grandes estanterías repletas de libros, también hay fotos de familia y algún recuerdo. Me gustan mucho unas rosas del desierto que el bisabuelo trajo de Marruecos en l926, aparentan tener unos sedosos y caprichosos pétalos, pero sólo son de piedra. Tiene además unos patitos de barro coloreados de blanco y amarillo, que yo muevo de aquí para allá como si nadaran sobre un lago.

Me ha explicado que cuando uno es tan pequeño que todavía está en la tripita de su mamá, es capaz de oír música y las historias que le cuentan. Dice que a mi madre le gustaban las cantatas de Bach y los cuentos de los hermanos Grimm. Todas las tardes ponía el tocadiscos en funcionamiento con el volumen muy bajito, y me contaba bonitas historias mientras viví tan cerca de su corazón.

La abuela me ha recomendado que empiece por leer los libros que están en las estanterías de más abajo, y que cuando termine de leerlos pase al siguiente estante. Es tarea para toda la vida, que no corra mucho, pero que tampoco pare. Alguna vez mi abuela suelta latinajos, y uno de ellos dice “Breviter sed cotidie”, significa algo así como que la constancia y la perseverancia, aun en pequeñas dosis, son capaces de grandes logros en la vida, y que traducido a los libros se puede interpretar como que más vale leer un poco todos los días, que mucho una semana.

El primer libro que saqué estaba encuadernado con cartón rojo. Ni en las tapas ni en el lomo figuraba título alguno. Cuando lo abrí me fijé que sus hojas estaban en blanco y le dije a mi abuela que el librero le había engañado. Me miró y negó con un movimiento de cabeza mientras daba unos golpecitos con el pie en el suelo:

- Trae aquí ese libro. Pero cariño... ¿no ves que es un libro especial?

- Muy especial debe ser -le contesté con un poco de sorna- no tiene ni los números de las páginas. ¡Te han engañado!

Ella lo tomó entre sus manos, lo abrió por la primera página y comenzó a leer con voz pausada y bien timbrada. Me quedé asustada por un momento, pues lo que ella leía me resultaba conocido, como si lo hubiera escuchado antes. ¿Y cómo podía leer un libro no escrito?... Se detuvo y miró atentamente el fuego de la chimenea.

- Pero abuela, sigue leyendo el libro.

- No, mi amor -contestó con voz entrecortada-. Ahora voy a comenzar de nuevo y tú serás quien continúe.

- Vale, pero antes pondré un poco de leña en el fuego.

Esa tarde fue inolvidable, pues poco a poco comencé a descubrir el secreto del libro de mi abuela. En sus páginas se iban escribiendo palabras, frases, párrafos enteros, capítulos... Me arrodillé junto a sus pies, y comenzó a leer su libro solemnemente:

Siempre he visto a mi abuela con algún libro entre las manos. Dice que son más interesantes que las agujas y el ganchillo, aunque también es verdad que los libros no dan tanto calor como los calcetines de lana.

Mi abuela tiene el pelo como la nieve de primavera, y su cara es un campo de miniatura surcado de arrugas simétricas. Sus ojos son reflejo del cielo, y sus labios siempre están dispuestos a la sonrisa. Viste bonitos trajes de color azul o gris, y usa lustrosos zapatos negros. Ella ha sido mi maestra, mi fiel amiga, y mi atenta confidente cuando han surgido mis preguntas más íntimas.

La casa de mi abuela es de sillería, y por sus muros trepan enredaderas que en verano la tiñen de verde, en otoño de rojo, y en invierno la dejan desnuda mostrando sólo las ramas adheridas en los recovecos más inhóspitos. La sala de estar tiene grandes estanterías repletas de libros, también hay fotos de familia y algún recuerdo. Me gustan mucho unas rosas del desierto que el bisabuelo trajo de Marruecos en l926, aparentan tener unos sedosos y caprichosos pétalos, pero sólo son de piedra. Tiene además unos patitos de barro coloreados de blanco y amarillo, que yo muevo de aquí para allá como si nadaran sobre un lago

Se detuvo de nuevo, puso su mano derecha sobre mi frente y me pidió que continuara yo. Me coloqué de pie bajo el foco de la lámpara, tomé una bocanada de aire y seguí leyendo su libro mágico:

Mi abuela me ha explicado que cuando uno es tan pequeño que todavía está en la tripita de su mamá, es capaz de oír música y las historias que le cuentan. Dice que a mi madre le gustaban las cantatas de Bach y los cuentos de los hermanos Grimm. Todas las tardes ponía el tocadiscos en funcionamiento con el volumen muy bajito, y me contaba bonitas historias mientras viví tan cerca de su corazón.

El libro mágico de mi abuela me enseñó a leer mi vida en los libros, y a conocer otras vidas que al igual que yo queríamos ser personas que buscan la verdad, que aman la libertad y que quieren la paz. He aprendido de los libros el valor del respeto a la dignidad del hombre, de la comprensión, y del saber escuchar. Dice mi abuela que es más importante escuchar que hablar, que los sabios no son los que hablan mucho... son los que escuchan mucho, y leer es poner el alma en tensión para escuchar lo que otros han escuchado previamente, lo han asimilado y nos lo han transmitido mediante la escritura.

Y de ser una niña, como el tiempo pasa rápido, he llegado a la plenitud de la vida, y sin darme cuenta tengo sentada en mis piernas a la que ahora es mi primera nieta, y le he dicho que empiece por leer los libros que están en las estanterías de más abajo, y que cuando termine de leerlos pase al siguiente estante. Esta es tarea de toda una vida, no hace falta correr mucho, pero tampoco hay que parar. Ya sabes... alguna vez mi abuela suelta latinajos, y uno de ellos dice “Breviter sed cotidie”, significa algo así como que la constancia y la perseverancia, aun en pequeñas dosis, son capaces de grandes logros en la vida, y que traducido a los libros se puede interpretar como que más vale leer un poco todos los días, que mucho una semana.

Y mi nieta se acercó a la estantería sacando el primer libro que se le ocurrió, y como no podía ser menos estaba encuadernado de cartón rojo... y se burló de mi pues no tenía título ni en el lomo ni en las tapas, ni números, ni letras, y sus páginas brillaban de puro blanco...