viernes, febrero 09, 2007

Ginkgo


Hace tiempo me llegó una carta que me hizo reflexionar bastante. Estaba firmada por el máximo responsable de una asociación que se dedica a buscar medios económicos con el fin de dar becas a estudiantes universitarios con dificultades económicas. El texto estaba muy bien pensado, y la idea también. Me llamó la atención que incluían una hoja de un árbol, de un Ginkgo Biloba. Explicaban el simbolismo de este árbol, así como algún detalle interesante.

Guardé con curiosidad la hoja del árbol, y me dediqué a investigar sobre la historia del Ginkgo. Ocurre que es un árbol fósil. Tan apenas ha evolucionado desde el Cuaternario, y era el manjar preferido de los dinosaurios.

Poco a poco descubrí que era un árbol con historia.

En estas estaba cuando encontré unos ejemplares magníficos en el Parque de Ayete, en San Sebastián (España). Todos los años me acerco a mediados de noviembre a recoger las semillas que caben en una bolsa mediana, con el fin de cultivarlos en mi casa, o mejor dicho, entre mi casa y la de mi madre.

Esta hoja corresponde a un Ginkgo Biloba recién nacido. No tiene ni siquiera medio año.


El nogal de Unzu

Este árbol que se ve a continuación no es un Ginkgo, es un nogal. Está en Unzu, un pueblecito que se encuentra detrás del Monte San Cristóbal (Pamplona). Ya he cultivado nogales, aunque eran comprados de un criadero del Gobierno de Navarra. Este año una persona me ha facilitado nueces de un nogal que tiene más de 150 años de edad, y que plantó su bisabuelo, o tal vez su tatarabuelo.

EL LIBRO MÁGICO DE MI ABUELA

EL LIBRO MÁGICO DE MI ABUELA

Siempre he visto a mi abuela con algún libro entre las manos. Dice que son más interesantes que las agujas y el ganchillo, aunque también es verdad que los libros no dan tanto calor como los calcetines de lana. Mi abuela tiene el pelo como la nieve de primavera, y su cara es un campo de miniatura surcado de arrugas simétricas. Sus ojos son reflejo del cielo, y sus labios siempre están dispuestos a la sonrisa. Viste bonitos trajes de color azul o gris, y usa lustrosos zapatos negros. Ella ha sido mi maestra, mi fiel amiga, y mi atenta confidente cuando han surgido mis preguntas más íntimas.

La casa de mi abuela es de sillería, y por sus muros trepan enredaderas que en verano la tiñen de verde, en otoño de rojo, y en invierno la dejan desnuda mostrando sólo las ramas adheridas en los recovecos más inhóspitos. La sala de estar tiene grandes estanterías repletas de libros, también hay fotos de familia y algún recuerdo. Me gustan mucho unas rosas del desierto que el bisabuelo trajo de Marruecos en l926, aparentan tener unos sedosos y caprichosos pétalos, pero sólo son de piedra. Tiene además unos patitos de barro coloreados de blanco y amarillo, que yo muevo de aquí para allá como si nadaran sobre un lago.

Me ha explicado que cuando uno es tan pequeño que todavía está en la tripita de su mamá, es capaz de oír música y las historias que le cuentan. Dice que a mi madre le gustaban las cantatas de Bach y los cuentos de los hermanos Grimm. Todas las tardes ponía el tocadiscos en funcionamiento con el volumen muy bajito, y me contaba bonitas historias mientras viví tan cerca de su corazón.

La abuela me ha recomendado que empiece por leer los libros que están en las estanterías de más abajo, y que cuando termine de leerlos pase al siguiente estante. Es tarea para toda la vida, que no corra mucho, pero que tampoco pare. Alguna vez mi abuela suelta latinajos, y uno de ellos dice “Breviter sed cotidie”, significa algo así como que la constancia y la perseverancia, aun en pequeñas dosis, son capaces de grandes logros en la vida, y que traducido a los libros se puede interpretar como que más vale leer un poco todos los días, que mucho una semana.

El primer libro que saqué estaba encuadernado con cartón rojo. Ni en las tapas ni en el lomo figuraba título alguno. Cuando lo abrí me fijé que sus hojas estaban en blanco y le dije a mi abuela que el librero le había engañado. Me miró y negó con un movimiento de cabeza mientras daba unos golpecitos con el pie en el suelo:

- Trae aquí ese libro. Pero cariño... ¿no ves que es un libro especial?

- Muy especial debe ser -le contesté con un poco de sorna- no tiene ni los números de las páginas. ¡Te han engañado!

Ella lo tomó entre sus manos, lo abrió por la primera página y comenzó a leer con voz pausada y bien timbrada. Me quedé asustada por un momento, pues lo que ella leía me resultaba conocido, como si lo hubiera escuchado antes. ¿Y cómo podía leer un libro no escrito?... Se detuvo y miró atentamente el fuego de la chimenea.

- Pero abuela, sigue leyendo el libro.

- No, mi amor -contestó con voz entrecortada-. Ahora voy a comenzar de nuevo y tú serás quien continúe.

- Vale, pero antes pondré un poco de leña en el fuego.

Esa tarde fue inolvidable, pues poco a poco comencé a descubrir el secreto del libro de mi abuela. En sus páginas se iban escribiendo palabras, frases, párrafos enteros, capítulos... Me arrodillé junto a sus pies, y comenzó a leer su libro solemnemente:

Siempre he visto a mi abuela con algún libro entre las manos. Dice que son más interesantes que las agujas y el ganchillo, aunque también es verdad que los libros no dan tanto calor como los calcetines de lana.

Mi abuela tiene el pelo como la nieve de primavera, y su cara es un campo de miniatura surcado de arrugas simétricas. Sus ojos son reflejo del cielo, y sus labios siempre están dispuestos a la sonrisa. Viste bonitos trajes de color azul o gris, y usa lustrosos zapatos negros. Ella ha sido mi maestra, mi fiel amiga, y mi atenta confidente cuando han surgido mis preguntas más íntimas.

La casa de mi abuela es de sillería, y por sus muros trepan enredaderas que en verano la tiñen de verde, en otoño de rojo, y en invierno la dejan desnuda mostrando sólo las ramas adheridas en los recovecos más inhóspitos. La sala de estar tiene grandes estanterías repletas de libros, también hay fotos de familia y algún recuerdo. Me gustan mucho unas rosas del desierto que el bisabuelo trajo de Marruecos en l926, aparentan tener unos sedosos y caprichosos pétalos, pero sólo son de piedra. Tiene además unos patitos de barro coloreados de blanco y amarillo, que yo muevo de aquí para allá como si nadaran sobre un lago

Se detuvo de nuevo, puso su mano derecha sobre mi frente y me pidió que continuara yo. Me coloqué de pie bajo el foco de la lámpara, tomé una bocanada de aire y seguí leyendo su libro mágico:

Mi abuela me ha explicado que cuando uno es tan pequeño que todavía está en la tripita de su mamá, es capaz de oír música y las historias que le cuentan. Dice que a mi madre le gustaban las cantatas de Bach y los cuentos de los hermanos Grimm. Todas las tardes ponía el tocadiscos en funcionamiento con el volumen muy bajito, y me contaba bonitas historias mientras viví tan cerca de su corazón.

El libro mágico de mi abuela me enseñó a leer mi vida en los libros, y a conocer otras vidas que al igual que yo queríamos ser personas que buscan la verdad, que aman la libertad y que quieren la paz. He aprendido de los libros el valor del respeto a la dignidad del hombre, de la comprensión, y del saber escuchar. Dice mi abuela que es más importante escuchar que hablar, que los sabios no son los que hablan mucho... son los que escuchan mucho, y leer es poner el alma en tensión para escuchar lo que otros han escuchado previamente, lo han asimilado y nos lo han transmitido mediante la escritura.

Y de ser una niña, como el tiempo pasa rápido, he llegado a la plenitud de la vida, y sin darme cuenta tengo sentada en mis piernas a la que ahora es mi primera nieta, y le he dicho que empiece por leer los libros que están en las estanterías de más abajo, y que cuando termine de leerlos pase al siguiente estante. Esta es tarea de toda una vida, no hace falta correr mucho, pero tampoco hay que parar. Ya sabes... alguna vez mi abuela suelta latinajos, y uno de ellos dice “Breviter sed cotidie”, significa algo así como que la constancia y la perseverancia, aun en pequeñas dosis, son capaces de grandes logros en la vida, y que traducido a los libros se puede interpretar como que más vale leer un poco todos los días, que mucho una semana.

Y mi nieta se acercó a la estantería sacando el primer libro que se le ocurrió, y como no podía ser menos estaba encuadernado de cartón rojo... y se burló de mi pues no tenía título ni en el lomo ni en las tapas, ni números, ni letras, y sus páginas brillaban de puro blanco...

domingo, noviembre 12, 2006

Las manos de la “amatxi”

texto de Asier Barandiarán


El 10 de junio de 1973 se celebró en Oiartzun (Guipúzcoa) un homenaje a un bertsolari. A este acto fue invitado Xalbador, el pastor de Urepel (Baja Navarra). Cuando le tocó su turno, se acercó con solemnidad al micrófono. Su figura mostraba a un hombre sereno y rebosante de confianza. Don Juan Mari Lekuona fue el encargado de comunicarle el tema sobre el que debía cantar de un modo improvisado: “Xalbador, éste es tu tema, las manos de la abuela, “amatxiren eskuak”. Tras unos segundos de concentración empezó a cantar con una melodía suave y nostálgica:

Aizu, amona, aspaldian zu etorri zinen mundura,
ta zure baitan ibili duzu zonbait-zonbait arrangura;
nik ikustean begi xorrotxez zuk duzun esku zimurra,
laster mundutik joanen zarela etorzen zeraut beldurra.

Escucha abuela,
hace ya mucho tiempo que viniste al mundo,
y en tu interior has pasado muchas preocupaciones.
Al contemplar con mi fina mirada esas queridas manos arrugadas,
me viene un temor de que pronto tendrás que dejar este mundo.

Los oyentes no esperaban esta salida. Mirando a Xalbador podrían asegurar que no es un ejercicio de erudición y rima el de éste buen pastor. En su cara parecía vislumbrarse una añoranza de esa “amatxi”. Xalbador, sin cambiar el gesto grave y profundo de su rostro, canta su segundo bertso:

Beste amatxi asko ikusi izan ditut han-hemenka,
Jainkoa, otoi, ez dadiela gaukoan eni mendeka:
zure eskuak ez bitza, otoi, behin betiko esteka,
semeatxiak hain maite baitu esku horien pereka.

He visto en todo el mundo a otras muchas “amatxis”,
Señor, por favor, que me perdonen hoy lo que digo,
que tus manos, “amatxi” mía, no se agarroten nunca,
pues éste tu nieto tanto ama las caricias de esas manos arrugadas.

Cuando los oyentes todavía no se habían repuesto de la emoción, Xalbador lanzó al aire su tercer bertso:

Ene amatxik mundu guzian ba ote zuen berdinik?
Dudatzen nago hardu dukeen nehoiz atseginik;
orai eskuak ximurtu zaizko zainak hor dazura urdinik,
eta ez dago arritzekoa horrenbeste lan eginik.

Mi “amatxi” en todo el mundo ¿acaso tendría una igual?
estoy dudando de que alguna vez hubiese tomado un descanso,
ahora se le han envejecido las manos,
y sus venas azules las tiene ahí a la vista,
no es de extrañar... ¡tanta labor han hecho!

Xalbador con esa mirada suya perdida en el horizonte está viendo a su abuela trabajando, hilando la lana, cuidando la olla en el fuego, meciendo la cuna de su nieto, desgranando las mazorcas de maíz o las cuentas del rosario. Una abuela, con unas manos arrugadas, que fue la memoria de esa comunidad familiar.